Abandonado y solo, Migliónico se dejó
caer en el sofá desvencijado, único mueble que le quedaba en el living de su
casa. Afuera, la ciudad hervía el infierno del mes de enero, el tráfico
aceleraba el pulso tratando de llevar a los viajantes a su lugar de destino lo
más pronto posible, y la ropa del mujererío se ceñía violentamente, sugiriendo
senos, nalgas, caderas y hormonas a
punto de estallar.
- Mal día para estar solo
- rumió Migliónico para sus adentros.
Bebió un trago de ginebra, apartó
los ojos de la ventana y los cerró despacio, como queriendo emprender un viaje
hacia otro sitio, preferentemente uno sin fotos de feliz pasado reciente, sin
astrosos papeles judiciales anunciando
divorcio y separación de bienes, un lugar sin ese agujero en la panza ulcerando
hasta el límite mismo de la miserable vergüenza. Estiró el brazo derecho y no
encontró la caja de cigarros ni el blíster de Valium 10. Tampoco tuvo la
energía ni la voluntad para levantarse a investigar.
Solo hizo el movimiento mínimo e
indispensable para llegar una vez más al vaso que estaba en el suelo. Tomó un
sorbo y esperó el efecto del licor bajando por el garguero. Se sintió leve y amablemente borracho y se alegró por ello. Alargó las piernas para
quitarse el pantalón y llevó su mano izquierda a los genitales, sin más
intención que la costumbre.
Estuvo así un buen rato, aletargado
en una suerte de duermevela que le trajo una pizca de paz consigo mismo.
En determinado momento recordó la
trompeta. Con o sin motivos, aparentemente la desgraciada tuvo un postrer
vestigio de piedad y la dejó ahí, tirada al lado de la papelera donde se pudría
un ramo de jazmines. Migliónico se levantó y
fue a buscarla a tientas por el apartamento ya anochecido.
Volvió al sofá y se acurrucó con
ella, cerrando nuevamente los ojos. Los dedos recorrieron el instrumento
morosamente, rozando cada recodo en forma detallada. Sintió como la temperatura
del metal iba cambiando bajo el frote de la yema de su pulgar derecho. En tanto,
índice, medio y anular palpaban las llaves tratando de repasar los sonidos que
guardaba cada una.
- Si fuera capaz de volver a
tocar Blue in green quizás Laura
vuelva - pensó, asumiendo que pese a
todo comenzaba a extrañarla y que, tal vez, parte de la culpa de todo lo
ocurrido fuera suya.
Migliónico se enderezó levemente,
puso los dedos en posición, apoyó los labios en la boquilla y sopló, haciendo
vibrar las primeras notas de la balada del mago Miles. El corazón palpitó,
tentando recuperar el aire de algún viejo perfume anclado en el final de cada
frase.
La ansiedad o el miedo de pifiar en
lo alto de un vibrato le hicieron detenerse en el octavo compás.
Desde la calle llegó el trueno chirriante de una frenada, seguida de
un insulto. Después todo fue prácticamente silencio, salvo el taconeo apurado
de una probable muchacha volviendo al barrio.
Migliónico apuró el restito de
alcohol que quedaba en el vaso y volvió a tocar el tema desde el comienzo ,
encomendándose al espíritu de Davis para no fallar. Se sintió más cómodo y
pleno, como en sus viejos tiempos, apoyándose imaginariamente en el piano, el
contrabajo y la escobilla que le habían quedado grabados en uno de los salones
predilectos del alma.
El fuego de la antigua magia pareció
volver a medida que fue avanzando en la lánguida melodía. Cuando llegó al
calderón del do natural sintió una lágrima bajándole por el pómulo izquierdo.
Migliónico dejó pasar unos segundos,
pidió un solo deseo y, lentamente, abrió
los ojos.
Laura no estaba.
precioso, me encantó
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