Tortuosamente,
la cucaracha intenta avanzar sobre la alfombra de la sala. De momento sólo yo
puedo verla, dado que busca, por ahora sin éxito, remontar una rugosidad que
está justo debajo de la mesita del living. Trato de acercar la suela de mi
zapato derecho para impedir que se mueva o al menos mantenerla a raya. Pero
tampoco quiero hacer ningún movimiento brusco. Es la primera vez que Martha
viene a mi casa. Definitivamente ella me gusta; me gustan su voz, su cuerpo, su
sonrisa. He soñado desde hace meses con llevarla a mi cama y, hoy que está
aquí, no voy a permitir que ese bicharraco infecto rompa el clima que minuciosa
y detalladamente he intentado crear.
-
Sé que no fumás – dice Martha – pero, ¿te
molestaría que yo lo hiciera?. Estoy tratando de dejar pero, como verás, por
ahora no lo consigo – vuelve a sonreír.
-
Por supuesto, no me molesta en absoluto, dale
tranquila. ¿Un poco más de vino?
-
Bueno, pero sólo un poquito – asiente mientras saca
de su bolso la caja de cigarros y un encendedor.
La
pequeña voluta que surge del incienso que yo prendí unos minutos antes se
confunde ahora con el humo del Marlboro apoyado en los labios de Martha. Desde
algún lugar del cielo de Texas, Vaughan canta Pride and joy como nunca. En el instante justo en que ella cruza
levemente las piernas veo que la maldita cucaracha avanzó unos veinte
centímetros, lo suficiente como para que en cualquier momento ella la vea. Si
la piso ahora va a ser peor, calculo.
-
¿Sabés que estuvo a punto de tocar aquí? – digo
mientras cambio de posición en el sillón.
-
¿Quién?
-
Stevie Ray Vaughan, el tipo que estamos escuchando
ahora. ¿Te gusta?
-
Si, está bueno. ¿Y qué pasó con él?
-
Paradojas de la vida. Unos meses antes se había
internado en una clínica de desintoxicación porque ya no daba más. La cuestión
es que, después del tratamiento, estaba totalmente limpio y en forma. Así las cosas,
se había incorporado al grupo que salió de gira con Clapton. Pero unos meses
antes que Eric llegara a tocar por primera vez en nuestro país, el helicóptero
que llevaba a Stevie de regreso a Chicago se vino al suelo y murió. Había
zafado de la heroína y lo vino a matar un estúpido accidente aéreo en un vuelo
de corta distancia. ¿No es muy loco?
-
Pah. . . . . tremendo. . . . Son cosas que pasan a
veces, no?. Yo creo bastante en eso, en el destino, como qué todo ya está
marcado desde el día que nacemos y no hay forma de cambiarlo
“Y sí”,
pienso. “Es el destino. No se puede evitar. Estaba escrito que tu blusa roja y
tu minifalda, mi camisa violeta y mis nervios, los blues de Stevie Ray, esa botella
de malbec que me salió carísima pero que compré en tu honor y la luna llena que
asoma en la ventana, todas esas cosas se juntaran aquí y ahora. Y si los astros
están a nuestro favor, todo eso caerá inevitablemente a tus pies y nos
abrazaremos tibiamente hasta el amanecer”.
Lo que no
puede estar escrito es la indeseable presencia de ese puto animalejo jodiéndome
la noche.
De
pronto, Martha se para.
-
Perdoná, ¿podría pasar al baño?
-
Claro, está allí, al final del pasillo. La luz está
del lado de afuera.
-
Ok.
Cuando
ella entra al baño y cierra la puerta sé que es mi última oportunidad. Me
abalanzo sobre la cucaracha y le planto encima todo el peso de mi mocasín talla
40 mientras le susurro bajito “mirá Gregorio Samsa, Benjamín Franklin o quién
diablos seas: esta historia no va contigo, lo siento mucho, no es nada
personal”.
Recojo lo
que quedó de la cucaracha con una
servilleta de papel y la tiro por el
balcón hacia la calle. Como en sincronía con el vuelo final del pobre bicho
escucho la descarga de la cisterna. Trato de calmar la respiración y cruzo los
dedos, rogando que el final del borrador diga bien clarito que, derrotando mi
histórica timidez , voy a besarla por vez primera, ahora mismo.
Es
entonces cuando veo a Martha llegando nuevamente a la sala. Y detrás suyo, a
escasos centímetros del tacón de una de sus sandalias, un trío de cucarachitas
avanzando también hacia mí.
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